Com o título de Festival de poesía, García Martín recorda um episódio das suas andanças de trota-mundos com a poesia às costas. Só agora demos por isso. E ainda sob o efeito dalgumas gargalhadas transcrevemo-lo aqui.
«¿Nunca te han invitado al Festival de Poesía de Bogota? Pues no sabes lo que te pierdes. Pídeselo a Manolo Borras. Allí tiene mucha mano porque a todos los colombianos les ha dado por publicar en Pre-Textos. Cuando yo estuve, un empresario petrolero -o eso decía él- nos ofreció un cóctel en su casa. Allá fuimos en diez taxis. Al entrar, alucinamos: todas las paredes estaban cubiertas con enormes fotos de adolescentes desnudas. Todas, literalmente todas, incluso los baños. Había dos pequeñas excepciones. En el salón principal, las fotos rodeaban unas cartas autógrafas. Eran del presidente de la república, Álvaro Uribe. También había un pequeño grupo de fotografías en las que el presidente abrazaba al dueño de la mansión. Vestía como un gánster de película, no le faltaba ni una aparatosa cadena de oro. Cuando apareció, sin apenas saludarnos, se subió a una tarima y comenzó a declamar sus poemas. Me entraron unas ganas tremendas de reír. También Eduardo Moga y Ledo Yvo, que estaban cerca de mí, parecía que iban a estallar en carcajadas. A mí se me quitaron las ganas en cuanto vi el pistolón de un guardaespaldas. Aplaudimos mucho. Luego nos fue saludando uno a uno. “¿No es injusto que sea Gabo quien represente a Colombia en el mundo y no yo? ¡El mercantilismo de la novela siempre por encima de la pureza de la poesía!”. Yo le insinué mi asombro ante la decoración. Se quitó el puro de la boca, sonrió y dijo: “Yo he tenido más de dos mil mujeres. Esta es solo una pequeña muestra”. Cuando me dejó, me acerqué a un pequeño estante lleno de libros. El dueño, al darse cuenta de mi interés explicó: “En esta casa hay pocos libros, pero los que hay son obras maestras”. Y así era, efectivamente: se trataba de los libros que él había escrito, en ediciones normales y en ediciones de lujo para amigos. Aquel narco-poetastro –no te voy a decir su nombre, que luego todo lo cuentas y no quiero que peligre mi vida- era una mezcla de Berlusconi, Corleone y Justo Jorge Padrón.»
«¿Nunca te han invitado al Festival de Poesía de Bogota? Pues no sabes lo que te pierdes. Pídeselo a Manolo Borras. Allí tiene mucha mano porque a todos los colombianos les ha dado por publicar en Pre-Textos. Cuando yo estuve, un empresario petrolero -o eso decía él- nos ofreció un cóctel en su casa. Allá fuimos en diez taxis. Al entrar, alucinamos: todas las paredes estaban cubiertas con enormes fotos de adolescentes desnudas. Todas, literalmente todas, incluso los baños. Había dos pequeñas excepciones. En el salón principal, las fotos rodeaban unas cartas autógrafas. Eran del presidente de la república, Álvaro Uribe. También había un pequeño grupo de fotografías en las que el presidente abrazaba al dueño de la mansión. Vestía como un gánster de película, no le faltaba ni una aparatosa cadena de oro. Cuando apareció, sin apenas saludarnos, se subió a una tarima y comenzó a declamar sus poemas. Me entraron unas ganas tremendas de reír. También Eduardo Moga y Ledo Yvo, que estaban cerca de mí, parecía que iban a estallar en carcajadas. A mí se me quitaron las ganas en cuanto vi el pistolón de un guardaespaldas. Aplaudimos mucho. Luego nos fue saludando uno a uno. “¿No es injusto que sea Gabo quien represente a Colombia en el mundo y no yo? ¡El mercantilismo de la novela siempre por encima de la pureza de la poesía!”. Yo le insinué mi asombro ante la decoración. Se quitó el puro de la boca, sonrió y dijo: “Yo he tenido más de dos mil mujeres. Esta es solo una pequeña muestra”. Cuando me dejó, me acerqué a un pequeño estante lleno de libros. El dueño, al darse cuenta de mi interés explicó: “En esta casa hay pocos libros, pero los que hay son obras maestras”. Y así era, efectivamente: se trataba de los libros que él había escrito, en ediciones normales y en ediciones de lujo para amigos. Aquel narco-poetastro –no te voy a decir su nombre, que luego todo lo cuentas y no quiero que peligre mi vida- era una mezcla de Berlusconi, Corleone y Justo Jorge Padrón.»
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